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Publicado en El Telégrafo / Foto: Alejandro Reinoso.
París es una fiesta que nos sigue, diría Hemingway. Y sigue a gente como Ramiro Noriega Fernández (Quito, 1964) a quien los 45 años, los títulos académicos y el cargo de ministro no le han borrado de la cara la picardía del chico de 18 que en la década del ochenta llegó a la capital francesa para buscarse la vida y terminó hallándose a él mismo.
París es el punto imaginario al que siempre vuelve Noriega, quien en 1987 obtuvo la licenciatura y dos años más tarde la Maestría en Literatura General y Comparada por la Universidad de la Sorbonne Nouvelle, París III. En 1997 sacó el diploma en Estudios en Profundidad y ahora está candidato al doctorado en la misma universidad. Justo estaba haciendo su tesis sobre Roberto Bolaño, Ricardo Piglia y Javier Cercas cuando decidió vincularse al Gobierno.
La propuesta surgió del propio presidente Correa, a quien Noriega llama “el Rafael”. Se conocieron dando clases en la U. San Francisco, de Quito, y jugando al fútbol (Correa era el 5 y Noriega el 4). Además, los hijos de ambos van a La Condamine.
Pero, a los 18, Noriega no soñaba con estar detrás de un escritorio. Había terminado la secundaria en Estados Unidos, en un programa de intercambio, y decidió irse a estudiar teatro en París. Como no tenía padres que lo mantuvieran, tuvo que hacer de artesano, artista callejero y músico de trenes para pagarse los estudios.
Aprendió a hacer ocarinas –ese instrumento de viento originario de los pueblos quichuas y aimaras que parece una flautita de cerámica– para vender y tocar en la calle. “Pensaba que haciendo ocarinas me iba a volver millonario, pero eso nunca sucedió”, se ríe.
Y es que sus papás, Estela y Marcelo, no eran ricos, sino un funcionario público y una activista social, que vivieron, junto con sus 4 hijos, en barrios populares de Quito como Luluncoto y La Riofrío. Noriega hizo la escuela y el colegio en el San Gabriel, junto con sus hermanos. Allí los conocían como “los perros Noriega”. Todo porque a su hermano mayor, Carlos, un deportista mítico de ese colegio, le decían ‘el perro’, y él les heredó el apodo a sus hermanos menores.
Ramiro llegó a Francia en 1983. Era una época burbujeante, pues apenas el socialismo se había tomado el país y la revolución del 68 empezaba a dar frutos visibles con el triunfo, en 1981, de François Mitterrand, quien duró 14 años en el cargo. Noriega y sus amigos querían estar allí.
¿Qué buscaba en París?
Yo quería hacer teatro en esa época. Era toda una fascinación: un país de occidente que se hacía socialista. Yo me fui antes que mi hermano (Alfredo, el escritor), con dos amigos: un músico kenista y otro que era multifacético. Teníamos un grupo de artistas, de gestores culturales que se llamaba El Quilico y la Ganzúa. Fíjate tú.
¿Es verdad que se dedicó a hacer artesanías para poder vivir?
Sí. Parte de mis estudios los financié con el trabajo de vendedor ambulante. Vendíamos poco y hacíamos mucho. Al principio hacíamos ocarinas para vender y yo, también, la tocaba.
"Si alguien cree que puede prescindir de los demás para ser feliz, está loco. Todos son imprescindibles para la felicidad”
¿Tocaba en el metro?
Claro, la primera vez que hicimos música fue en un metro madrileño, en la estación Cuatro Esquinas.
Y antes ¿ya había hecho teatro?
Sí, antes de irme a París, tenía un grupito de teatro con Germán Viteri, mi hermano Alfredo y una compañera que se llama Edith, y estábamos montando una obra de Samuel Beckett, Final de Partida. Habíamos ensayado un montón, nos habíamos sacado la madre, pero yo nunca pude estrenar esa obra....
Porque se fue a Europa…
Sí. Yo quería estudiar, ese fue mi horizonte, pero para poder estudiar había que trabajar. Inicialmente quería hacer teatro y de hecho me dediqué un tiempito a eso, y cuando entré a la universidad, en París, después de unos meses de andar mataperreando por aquí por allá, ingresé a una facultad que tenía un diploma (que sería de artes liberales) que te permitía estudiar Literatura, Arte. Fue en la universidad París III. Siempre mi fuerte fueron las letras.
Por eso hizo su tesis sobre Pablo Palacio…
Sí. Mi tesis de maestría fue sobre Pablo Palacio, y en la licenciatura hice sobre Literaturas Híbridas, temas testimoniales, periodismo y esas cosas.
O sea que se inclinó por la Literatura y dejó de lado el teatro…
Claro, hice una exploración teatral. Me metí en un grupo con un director guatemalteco para montar una obra sobre Cristóbal Colón, que fue un fracaso, porque descubrí que este director de teatro estaba metido en esta religión de la Cienciología, lo de L. Ron Hubbard, que yo no conocía, pues. Y había en la sala de ensayos una repisa con un montón de libros de Hubbard. Vi tantos libros, me interesé, averigüé y me espanté, porque Hubbard es extremista y una de las cosas que más me espantó de esta teoría es que dice que hay seres prescindibles y yo creo que nadie es prescindible. Yo creo que todos y cada uno de nosotros somos seres imprescindibles. Entonces, dije no, pues. Si alguien cree que puede prescindir de los demás para ser feliz, está loco. Todos son imprescindibles para la felicidad.
Todo lo contrario de lo que plantea el pensamiento capitalista, empresarial
Lo que plantea Hubbard es que hay seres desechables. Entonces, cuando tú ves en la historia nuestra moderna todo lo que se ha hecho en nombre de los seres desechables, por ejemplo: asesinar a los mendigos, a los diferentes, los genocidios... Esa es una ideología fascista que yo no comparto para nada.
¿Y qué autores influenciaron su pensamiento?
No sé. Yo soy un ciudadano bien común y silvestre. De leer, y leer. He leído lo que lee el común de la gente, los temas latinoamericanos, los grandes autores…
¿Filosofía?
Sí, necesariamente me fui metiendo. Yo hago estudios de Literatura comparada y trabajo mucho con filósofos, con sociólogos…
Pero eso es el análisis del texto desde el punto de vista técnico. Le pregunto sobre su pensamiento ¿quiénes son sus referentes?
Muchos. Yo diría que una de mis características intelectuales es que yo soy muy ecléctico. Tengo intereses diversos. Me interesa, a la vez, lo sofisticado y lo muy sencillo. No tengo ninguna dificultad en pasar del texto de autor a la literatura popular, al cómic, de pasar de la ficción a la realidad. En ese sentido, tengo una formación que es muy hambrienta, que le gusta pasar de lado a lado, y así son mis lecturas.
¿Y a quiénes relee?
Eso es por etapas. Pero cuando voy a una librería a comprarme libros, no dejo de pasar por donde está Cortázar, Borges, aunque no los vaya a comprar. Es como que necesito saber que todavía siguen. Y luego voy siendo más osado. Me pasa que compro libros sin saber de qué se tratan, o quiénes son sus autores. Ahora estoy comprando poesía no sé por qué y he descubierto cosas.
Pero tengo la impresión de que usted ha huido de la creación literaria, o al menos a la publicación
No, yo tengo una actividad creativa permanente. Estoy escribiendo concienzudamente desde hace muchos años. Empecé a escribir mis diarios a los 16, 17 años.
¿Y de qué escribe?
Un poco de todo. Por mi deformación académica escribo ensayo. He escrito sobre los temas que trato en la universidad, escribo cosas que la gente me pide. También escribo ficción, cuento, novela. Yo le decía el otro día a un amigo: yo soy un escritor inédito y él me preguntaba que por qué no publico. Y le dije, no sé si de verdad o de mentira, que cada vez que pienso publicar se me atraviesan otras cosas más importantes. Pero eso debe ser mentira, porque en el fondo no publico porque probablemente mis textos no valen la pena de ser publicados.
¿Le tiene miedo al enfrentamiento entre su obra y el público?
No, no. Porque sí leo. Por mi formación académica sé si lo que hago es bueno o malo. Pero sí me da un poco de pudor. Solo he publicado la parte ensayística…
Pero ¿tiene novelas?
Tengo unas novelitas allí. Estuve escribiendo un blog durante un tiempo. Un año creo que escribí un montón de páginas. Y es una especie de novela que luego me olvidé y le dejé allí. Pero fue una linda experiencia, porque fue un contacto con el lector, con el público. O sea que sí me presto fácilmente al ridículo. De hecho, he montado obras de teatro, he actuado en público, y sobre todo he sido profesor durante casi 19 años.
¿Actuó en público?
Sí, en un par de obras. Una en París que montamos sobre un texto de mi hermano Alfredo que se llamaba El Catalejo, y fue muy divertido. No es que no tengo miedo, pero sí estoy dispuesto a exponerme. Y cuando eres profesor, del tipo de profesor que yo he procurado ser, del tipo socrático, la timidez se vuelve un camino imposible. Porque yo he querido ser un tipo de profesor que se expone, que es transparente.
¿Usted diría que es una persona transparente?
Siempre digo lo que pienso. Procuro soltar la lengua. En ese sentido, no hay mayor verdad que la verdad propia. Es bueno decir lo que uno piensa. No está ni bien ni mal pero sí es importante cultivar la apertura.
Después de 7 años en París, Noriega volvió al Ecuador “por amor”, para tener a su primer hijo, Gabriel. En aquella época su compañera era Jéssica Ormaza. Se separaron y se casó con María Fernanda, con quien tuvo a Manuela, una niña de 3 años. Pero no fue la cátedra lo primero que llamó a Noriega. De hecho, tuvo un brevísimo (de un mes) acercamiento a la publicidad. Pero la dejó porque es un oficio que riñe con su condición humana y su inclinación literaria. “En la publicidad el discurso está al servicio de un acto práctico y la literatura, si tiene algo de valioso, es que no sirve para nada”. Entonces, cayó en el periodismo. Llegó (no sabe cómo) al El Comercio y fue feliz escribiendo allí durante un año. “Escribía sábanas de sábanas (las páginas grandes), y conocí personas muy lindas, y me encantó la posibilidad de dar voz a mucha gente”. Pero también lo dejó y, al fin, halló lo suyo: la cátedra. “Creo, en el fondo, que mi hilo conductor es el pensamiento. Me hacía mucha falta volver al mundo universitario, al ensayo. Me conseguí unas horitas en la San Francisco”. Daba Análisis del Mensaje y eligió el libro más difícil de Umberto Eco (La Obra Abierta) para empezar. Sus alumnos no entendían nada, pero él fue descubriendo su camino definitivo. “Luego todo se fue volviendo más simple...”.
¿Por qué prefirió involucrarse con el Gobierno a seguir su vida tal cual estaba?
No sé… Siempre me ha interesado lo ciudadano. Creo que es posible construir cosas nuevas, mejores oportunidades para todos. Eso es muy fuerte en mí. Yo tengo una condición social, comunitaria, muy intensa. Por ejemplo, cuando leo un libro me gusta conversarlo, cuando escucho un disco me gusta regalarlo. Me importa mucho lo comunitario.
"En estas cuestiones hay muchos intereses y es importante marcar bien las líneas. Para mí fue duro vivir la difamación”.
Sin embargo, su vocación no es política.
Es que la cultura siempre es política. Pero, claro, no tengo esta vocación digamos electoral o de participación en un espacio político.
Usted no parece una persona a la que le guste la visibilidad ni se vea a sí mismo como un líder
No, yo he preferido siempre los espacios más íntimos. De hecho una de las cosas que me resultan más complejas de mi posición actual es que me he vuelto una persona visible. Y es una visibilidad que no me agrada.
¿Por qué?
Porque pierdo un poco de mi intimidad, de mi anonimato. Y esos son valores que yo defiendo mucho. Defiendo el sentido de lo privado, de lo íntimo, el que las personas tengamos derecho a nuestras propias soledades.
Pero sí se ha relacionado con otros para hacer gestión cultural...
Sí, porque estoy convencido de que la vida tiene varios capítulos y un capítulo importante para mí es el del trabajo en común, como es importante el capítulo íntimo del individuo que se sienta solo a escuchar música, a leer, a pensar, a dormir, a escribir. Ambos son escenarios que no podría abandonar nunca.
¿Ahora se siente integrado en un proceso grupal?
¿Qué más grupal que este? Este es el grupal non plus ultra. Estas son las ligas mayores del grupal. Y una de las cosas bonitas es que mi relación espacial con el país ha cambiado rotundamente. Antes cuando yo decía “país” el espacio sucedía de una cierta forma, pero ahora cuando digo “país” tiene más carne. Conozco el país ahora, porque he viajado por muchas provincias, por muchos pueblos.
Su vida cambió en general, porque también dejó el espacio de Cinememoria, organización de la que fue uno de sus fundadores...
Claro. Me he alejado casi rotundamente de mis espacios habituales de gestión cultural porque me parece que es importante que no haya conflicto de intereses.
¿Con qué se chocó en el Ministerio?
Con todo un modo de vida diferente, que es un modo de vida vinculado con unos lenguajes que no conocía para nada. Por ejemplo, el tema de la función pública, de la burocracia, me resulta todavía enigmático, el lenguaje jurídico. Y luego el lenguaje de lo público se me hace un lenguaje enigmático por no decir hosco.
Y cómo se ha adaptado ¿o no se ha adaptado?
No, y no quiero adaptarme tampoco. Lo que hago es un esfuerzo por interpretar.
¿Y por cambiar también?
Claro, yo imagino que es posible hacer una vida pública más llevadera. Yo estoy haciendo muchos esfuerzos porque el Ministerio de Cultura sea un ministerio más bonito, más llevadero, menos pesado, más liviano. Me gusta mucho el tema de la arquitectura, de los espacios, del color. Lo haremos poco a poco porque tampoco es que sobren los recursos. Pero haremos esfuerzos porque el espacio físico sea más amistoso, tanto para las personas que trabajan aquí como para los que nos visitan.
Cuando usted se involucró con el ministerio hubo esa polémica por la adjudicación de los proyectos culturales, donde resultó ganadora Cinememoria. Se lo acusó de abusar de su cargo. ¿Qué lección le quedó?
Me queda primero que en estas cuestiones hay muchos intereses y que es importante marcar bien las líneas. Para mí fue muy duro vivir la difamación, porque muchas de las cosas que se dijeron en ese momento no son ciertas.
Fue como entrar y vivirla...
Claro, sí, fue de un sopetón. No coincidían con la verdad y uno, individualmente, se siente afectado. Pero, a la vez, creo que es una oportunidad para repensar en dónde estás y qué haces. Incluso de cosas difíciles como esas se deben sacar caminos para seguir. Ahora soy más cuidadoso.
Cuando usted se posesionó ahora, dijo que este iba a ser un año fácil porque se iban a recoger los frutos del trabajo que se ha hecho ¿ya es época de recolectar? ¿no es muy poco tiempo?
Pero es importante que también haya ciclos cortos. Recolectar solo a largo aliento puede ser frustrante para las personas que trabajan en el día a día. Es importante que cuando tú vuelvas a la casa después de una jornada de trabajo sepas que has hecho algo. Es importante que haya un cultivo permanente. Sí espero que los gestores culturales, la ciudadanía, que ya vayamos recolectando frutos de la gestión, sin descuidar el largo aliento. Yo en lo que más creo es en la planificación de largo aliento.
La implementación del Sistema Nacional de Cultura es un proyecto ¿a mediano o largo plazo?
Es un esfuerzo que tendremos que hacer todos en años. Pero tiene momentos hitos. Uno de esos será la redacción de la ley de Cultura. Otro momento hito será la creación de la biblioteca nacional, del archivo nacional. Pero luego, por ejemplo, para tener la cultura de la biblioteca deberemos pasar años de practicar, de encariñarnos con esas instancias.
Pero ¿qué pasa con las urgencias? Porque como en este país está tan necesitado de todo, las urgencias pasan más por los temas de vivienda, de salud, etc. ¿Hay una real urgencia de que se concrete el tema de la cultura también?
Sí. El Presidente decía el otro día que hay prioridades que no hay que descuidar y él hablaba de la educación, la salud, la vialidad y la cultura. Ahora, tenemos todos que dar sentido a esas prioridades. Porque decirlas es fácil, pero ya ponerlas en los hechos es más complejo.
En año, que será de austeridad, ¿les han anunciado algún recorte?
Todos tenemos que ser conscientes que todavía un litro de leche para un lactante es más importante que un libro de Shakespeare. Pero vamos a tener recursos suficientes para los proyectos que nos hemos planteado, para continuar apoyando la gestión de los artistas, de los gestores culturales. Vamos a hacer esfuerzos para que las obras de los ecuatorianos sigan trascendiendo. Para la Fiesta de la Cultura, que en este año será dedicada a la música…
Hay un proyecto a la vez urgente, porque tienen un año para hacerlo, pero a la vez es trascendente, que es la ley de Cultura ¿cómo avanza?
Avanza así: tenemos conformado un equipo de base de trabajo en el ministerio, tenemos definida la metodología, un calendario de socialización de la ley. Porque esta ley es importante que sea discutida, reflexionada. De hecho, a partir de la próxima semana, tenemos una serie de congresos por disciplinas. Entonces, ya se reunió el sector de la música. Se va a reunir el sector de las artes escénicas, de la danza. De esos espacios van a salir insumos importantes para la ley. Y luego tenemos una agenda a nivel de provincias. Tenemos un plan de asistencia técnica para la ley, queremos dialogar con nuestros países amigos. Hay leyes que están muy bien probadas en América Latina. En Brasil, la Ley Rouanet, por ejemplo, que ya ha sido motivo de una evaluación. Chile, México tienen mucha experiencia en el tema de los fondos nacionales de artes.
¿Han estimado para cuándo estará listo el proyecto?
El primer borrador estará en junio o julio. Hemos hablado con el Ministerio de Justicia para hacer el calendario. Está la metodología y los insumos, hemos hecho un mapeo de las leyes que hay en el país.
¿Los gestores culturales se están involucrando en el proceso?
Mucho, la Asamblea en su proceso constituyente recibió una cantidad de iniciativas de muchos ámbitos. Entonces, estamos recuperando esos insumos. Estamos haciendo las gestiones para que la Asamblea nos entregue esta información que es sustancial para tomarse en cuenta.
Usted dijo también que con una cartografía institucional y con una idea que se aplique a lo que la nueva Constitución plantea respecto de la cultura espera trazar un borrador del Código de la Cultura. ¿Cuál es el plan?
Hay dos posibilidades para pensar en esto. La una es que se elabore un código de cultura que reúna los diferentes libros y que, como el Código Civil o el Código Penal, tendría los libros sobre la industria de la música, del disco, sobre derechos de autor, patrimonio. Una manera es pensar en un código de cultura y otra manera es pensar en una ley orgánica de cultura y patrimonio.
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