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La nota que me hizo famosa
Poesía para hacer tambalear la estructura de los rancios prejuicios sociales que giran en torno a la sexualidad. Eso busca Marcela Noriega, ganadora de la VII Bienal de Poesía Ecuatoriana Ciudad de Cuenca, que este año se consagró a la memoria del gran Rubén Astudillo y Astudillo. Noriega, de 30 años, editora de Actualidad de El Telégrafo y escritora celosa con su trabajo –alejada, por decisión propia, de los muchas veces postizos círculos literarios locales-, obtuvo el premio con un poema de 700 versos titulado No hay que dar voces. Poesía erótica, pero que va un poco más allá (el erotismo, a secas, ha llegado a convertirse, a estas alturas, en un eje temático insoportablemente manoseado en la poesía ecuatoriana escrita por mujeres). Poesía que entra en tensión, a partir de un registro casi andrógino, con las nociones canónicas de género (Dios nos alejó su aire de varón y nos hizo rezagos de/ lo que más temía: la libertad…)
Lilith es el seudónimo utilizado por Noriega para firmar este trabajo. Lilith, primera mujer de Adán, figura del folclore judío que sintetiza fuerza y rebeldía. Se negaba, cuentan, a estar debajo de su esposo durante el sexo. Y esa energía parece sostener estos poemas. Marcela explica así la inquietud que motivó su indagación y elaboración lírica para No hay que dar voces: “hay dos formas de lectura: ver el texto como poesía escrita de una mujer a otra, y verlo como una autorreflexión sobre la condición sexual femenina. El primer cuerpo del poema (Diosas caídas), responde a una reflexión sobre mi propia sexualidad femenina, vista como en forma de espejo”. Claro, luego explota, sobre las páginas, la sexualidad como una desgarradora celebración: “poemas escritos estos últimos años –y meses- que son eminentemente sexuales, corporales, sudoríparos”.
Sin embargo, Marcela intenta, a este respecto, una aclaración. Dice que, quizá, esta poesía no es erótica ni pornográfica, “creo que, a ratos, es decididamente sexual y, por tanto, humana, tangible, fuerte. Me gusta la idea de verme, como mujer, como un ser sexual, y no solo como un animal sexuado (genitalizado). Un ser sexual que exige el derecho al placer, sin condicionamientos ulteriores. Y se hace, también, responsable del placer que da y que recibe”. De allí que, en todo el poemario, aparece fuertemente la referencia de las prostitutas sagradas, recurso simbólico importante para la autora en la medida en que “eran mujeres que sublimaban el sexo al punto de ofrecerlo como regalo a los dioses”. Importante es mencionar un fragmento del poema que está evidentemente determinado por el otro oficio/pasión de Marcela: el periodismo. “Et in Arcadia ego es un conjunto de crónicas que nacieron hace muchos años”, explica, “cuando los primeros ecuatorianos decidieron emigrar a España”. En esa época Marcela era una estudiante de periodismo que compaginaba aquello con una constante e imperturbable atención a la literatura.
El segundo premio de la Bienal fue otorgado a Violeta Luna, autora con algunos galardones a cuestas (premio Ismael Pérez Pazmiño, Guayaquil, 1970; Premio Nacional Jorge Carrera Andrade, Quito, 1994), por un trabajo titulado Apuntes desde la orilla; y el tercer galardón al poeta riobambeño Francisco Costales Flores, por el texto Una puerta entre dos vacíos.
Sobre el trabajo de Marcela, el jurado expresó que “se reviste de originalidad y es trascendente”. Ella -quien ganó el segundo premio del mismo certamen hace 10 años- tiene una frase definitivamente más decidora, más precisa: “Quizá, este tipo de poesía roce alguna fibra sensible en una sociedad tan conservadora como la nuestra. Pero de eso se trata: de contribuir a romper el silencio”.
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